lunes, 23 de julio de 2007

EL RINCÓN DE LOS TESTIMONIOS

NATALIA, 35 años: «La distancia facilitó mi cura».

Maltratada psicológicamente durante nueve años y golpeada, torturada y violada en los últimos tres.

Cuando no podía más, lo único que tenía en mi mente era la imagen de mis hijas. Verlas un día más me hacía aguantar. Conseguir una orden de alejamiento fue determinante en mi proceso de curación. El alejamiento físico, la distancia, facilitó mi restablecimiento psicológico. Comencé a retomar las riendas de mi vida, de mi ser, de mi cuerpo.

¡Gracias a todos aquellos que aguantaron a mi lado y me brindaron su ayuda! Para mí fue vital la ayuda de los psicólogos por estar siempre ahí. Teleasistencia móvil 24 horas fue para mí también muy importante. Tanto de día como de noche y ante cualquier situación o estado, podía comunicarme con ellos.


En la búsqueda de mí misma encontré también gran ayuda en las artes marciales: empecé a ir a clases de Taishindó (Defensa Personal Femenina). Me encontrara como me encontrara en mi grado de tristeza y deterioro físico, después de los entrenamientos siempre salía con fuerza y... ¡SONREÍA! En numerosas ocasiones, decaía por lo lento que reaccionaba mi cuerpo. Sin embargo, mi fuerza interior iba creciendo. El Taishindó (el sendero sin camino) me ayudó a levantarme una y otra vez, me abrió la puerta hacia el encuentro del respeto y confianza conmigo misma. Y ahí sigo, contenta de haber encontrado algo que, a pesar de los dolores físicos y la apatía psíquica, me estimula a seguir viviendo y me aporta fuerza interna y externa vital en mi búsqueda personal.


ISABEL, 30 años: «Me obligué a reír a carcajadas»

Maltratada psicológicamente durante 11 años por su pareja.


Ya hace algo más de dos años que le dejé, y ahora puedo decir que estoy recuperada, aunque sigo viendo al psicólogo una vez al mes. Ahora soy libre de hacer, de pensar, de decir… Y aunque no ha sido fácil, merece la pena, porque ahora puedo mirarme al espejo y ver a una mujer sin miedo, llena de ilusión y con ganas de vivir.

Yo le quería. Y estaba convencida de que algún día él se daría cuenta, y que nuestra vida podría ser como yo siempre había soñado. Ese día nunca llegó.

Una compañera de trabajo, hoy una de mis mejores amigas, fue quien me abrió los ojos. Me hizo ver la clase de persona que tenía al lado, y en la clase de mujer, sin vida, en la que yo me estaba convirtiendo... Ella me despertó de la pesadilla.

Nadie me dijo que el camino no es fácil. Piensas que no vales, que no puedes, e incluso te planteas si esa vida era la única que podrías merecer. Pero cuando lo superas y miras atrás, no te lo crees. Cuando hablo de aquella época, es como si hablase de la vida de otra persona, no puedo creer que yo aguantase todas esas vejaciones.

No tengáis miedo, se puede salir de esa dependencia. ¿Sabéis lo primero que hice cuando le dejé? Me obligué a reír a carcajadas. La primera vez que me oí, me sentí muy extraña... Llevaba 10 años sin hacerlo.


MARINA, 34 años: «He encontrado la dignidad que él me quitó»

Maltratada psicológica y físicamente por su pareja durante más de dos años.


Yo le denuncié en 2004, y todavía hoy no se ha celebrado juicio. Y en todo este tiempo, me he implicado a conciencia en la tarea de reconstruirme. Yo era una mujer en ruinas. Y aún tengo días en los que me siento así, pero me niego a llevar eternamente el estigma de víctima. Si no hubiera recibido la ayuda de otras personas, hoy estaría muerta. Puede que él me hubiera matado o que lo hubiera hecho yo misma.

Soy una persona absolutamente normal, una mujer económicamente independiente, universitaria, de esas a las que supuestamente «estas cosas» no les ocurren. Pero me ocurrió. Tuve la desgracia de cruzarme con un maltratador, también una persona normal, encantadora incluso. Médico forense en un Juzgado, educado y atento cuando no se convertía en el monstruo violento que su amable cara social oculta al resto del mundo. Ellos, los agresores, los asesinos potenciales, son tipos normales, como tu vecino, el que te abre la puerta del ascensor. Precisamente su 'normalidad' es lo que aterroriza.

Me convertí en una autómata permanentemente aterrorizada, incapaz de tomar la decisión de huir para salvar mi vida. Pero tuve la fortuna de que otras personas la tomaran por mí y me pusieran en las manos de la mujer que me devolvió a la vida: Ana María Pérez del Campo. El Centro que ella ha dirigido durante 15 años y que fue mi casa durante casi dos, me permitió ir suturando las heridas. Ana María y su equipo me ayudaron a encontrar de nuevo la dignidad que él me quitó y, aunque sigo teniendo miedo, sé que no puedo permitirme el lujo de retroceder en esta pelea.

Hoy tengo una nueva vida porque otros seres humanos creyeron mi historia, pese a lo atroz y fabulosa (de fábula, no de magnífica) que podía parecer. Ese es el primer balón de oxígeno que necesita una víctima para no dejarse morir sin luchar al menos. Sí, tengo una 'nueva' vida, tras haber salido huyendo, con mi trabajo pendiendo de un hilo, con problemas a veces insuperables... No es un cuento de hadas. La espera, los retrasos, el maltrato institucional, el desprecio mediático, la connivencia judicial con el agresor.... No estoy segura de tener esperanzas.

Dice Marcela Lagarde que «las mujeres seguimos siendo sufragistas». Tenemos que seguir luchando por nuestro derecho a ser tratadas con dignidad y, por supuesto, a seguir vivas.


CARMEN, 38 años: «La lucha diaria es por mis hijos»

Maltratada durante 14 años por su marido, su 'gran amor'


Estuve casada durante 19 años con quien yo creía mi gran amor, el hombre que me sumió en la desvalorización personal, en la violencia, en sentirme culpable de todo lo que pasaba, en la vergüenza, en la subestimación delante de mis hijos.

Comencé un período de profunda angustia y la terapia me abrió la puerta de salida. A través de mi análisis personal me fui descubriendo, viendo que dentro de mí vivía una gran mujer, una persona luchadora, y me fui animando a buscar ayuda, a contar lo que me pasaba, aunque me costó muchísimo que me creyeran y aún queda gente que no lo hace.

La fuerza de la ley, la terapia adecuada, los amigos incondicionales, mis padres… Todos ayudaron a que pudiera salir del infierno. Pero las ganas de vivir, la fuerza por encontrar la paz, la lucha diaria… es por mis hijos. Mi hija mayor, a quien le debo años de parálisis emocional por no poder alejarla de la violencia porque no me animaba a salir, es a quien debo pedirle perdón. Mi hijo menor presenció muchas 'batallas'. Por él, para salvarlo de la violencia como forma de vida, para que crezca en un hogar sin golpes... Por él pude hacerlo.

Me falta mucho camino por recorrer aún para vencer la angustia y el miedo. Pero todo se puede. Los hijos son la fuerza para salir del infierno. El trabajo, la herramienta para ser independiente. Los padres son el lugar en donde uno se apoya incondicionalmente. Los amigos son la mano tendida. Y yo, a quien rescaté de un lugar profundo y oscuro, soy una mujer que empieza a nacer, a caminar y, por qué no, alguna vez a volver a amar sanamente. Salir del infierno duele mucho, pero se puede. Siempre se puede. Me merezco una vida mejor.

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